martes, 5 de mayo de 2020

Relatos en Cuarentena: Dióxido de carbono


Un día se te cayó una maseta en la cabeza y despertaste a una realidad que ya conocías pero no veías porque caminabas en otra dimensión. Los adioses son siempre difíciles pero no podés negar que en el fondo estás aliviada de dejar de ser el esclavo o de ser el amo o ambos.
Salís a caminar y el dióxido de carbono que emana de tu boca casi te hace delirar: estirás el barbijo un poco y el elástico te tira del pelo, como estás muy sensible llorás en medio de la avenida abrazada por las luces de neón y las calles desiertas.
El clima de soledad parece un poco más triste con la oscuridad y el frío, lo único lindo es el crujir de las hojas secas al caminar y el amarillo de los paraísos que custodian la avenida. No tenés ganas de hablar ni de contar ni de existir. A veces pensás en la muerte con miedo y otras con alivio porque sabés que todo pasa: la vida también.
Los perros se te tiran encima en busca de cariño o atención, refunfuñas pero al final te rendís al amor incondicional de esas ocho  patas peludas que te miran curiosas mientras se te anuda la garganta. Ahora sin barbijo tampoco podés respirar y te preguntás cuando vas a sucumbir y si hay esperanza. Dijiste –hay vida en Marte- pero no podés saberlo solo tenés fe. Qué cosa extraña las creencias y que útiles pueden ser en momentos en donde sos una pluma en la brisa que va sin rumbo o va hacia el norte porque el viento viene desde el sur.
Pasás por la farmacia y fantaseas con pedir un anestésico que te haga dejar de sentir dolor y a la vez te rendís y volvés a llorar. Imaginás a tu yo dentro de cinco años y te reís: te viene a decir que esto, como la vida, como la cuarentena, como el viento y el invierno, también pasarán.

lunes, 27 de abril de 2020

Relatos en Cuarentena: Un día como cualquier otro.


Una vez salimos con barbijos a la calle y el miedo tatuado en la espalda. Los cuentos y novelas de los años sesenta se hicieron realidad cuando tuvimos que caminar limitadamente por un mundo del que ya no somos dueños. El silencio se apoderó de la calle y un poco de mi alma también que no sabe muy bien de qué manera evadirse y soportar la realidad. Una de las cosas que más tristeza me da es contemplar las aulas vacías, sumado al chirrido del viento en las ventanas, el día nublado, el frío. Si por lo menos hubiera sol y me diera una mano en este día tan gris en donde por primera vez  me siento triste, muy triste.
El encierro, la incertidumbre y algunos dolores viejos que se suman hacen que por momentos se respire un aire tóxico con olor a coronavirus, invisible y pesado en el cuerpo. Alguna lagrimita se escapa rebelde a pesar de que no quiero y respiro profundo, cierro los ojos visualizando el mar, ejercicio del ABC del control de la ansiedad. Sin embargo hay algo contradictorio (o no) en todo esto: el mundo parece estar mejor con nosotros encerrados y me aterra la vuelta, la jauría afuera con más sed que nunca de depredar aquello que pudo crecer lejos de nuestra sombra. Me tomo un mate amargo como la hiel y me pregunto por qué me castigo de esa manera-mejor cambio la yerba, hago algo con esta porquería- dialogo frente a la computadora que en cualquier momento pasará a ser Wilson. Luego recibo una mala noticia: la muerte rondó a alguien cercano esta mañana y la desgracia ajena hace que mi mundo recupere la jerarquía otra vez: qué confuso es eso. El horóscopo chino me mira desde la mesa de libros usados. Me tienta leer lo que escribieron en 2012: no las predicciones, lo que dice sobre el mono, que es muy halagador, sobre todo la parte en la que es un manipulador serial. Por lo que veo es un animal bastante resiliente –qué suerte tengo- es un alivio saberlo.
Aun no son las once de la mañana  no sé si tengo hambre o solo vacío de amor compensable con comida, una estrategia que dejó de resultar hace un tiempo. 
No hay nada que me consuele excepto tipiar, una curita efectiva en este encierro sin final.

domingo, 26 de abril de 2020

Relatos en Cuarentena: Machucones


Una de las enseñanzas más importantes de la vida es que ninguna evolución se lleva a cabo con muletas eternas. Claro que aprender a caminar requiere de algunos apoyos: todos los necesitamos, pero son temporales y varían. Además cada uno en una edad avanzada ya sabe que aprendió a caminar solo y que es un proceso que lleva unos cuantos tropezones con sus consecuentes chichones, dolores, lágrimas y broncas. Hasta que un día te caíste y te levantaste solo, sin miedo, sabiendo que los machucones son pasajeros y se van con el correr de los días. Entonces descubrís que podés empezar a correr, a trepar y a saltar. Que cuanto más explorás más riesgos corrés… y que la vida no está hecha para quedarse quieto.

viernes, 24 de abril de 2020

Relatos en Cuarentena: Detalles peculiares


La mirada atenta en el detalle requiere de la hiper-conexión del niño mirando su programa favorito o de un hombre mirando la final del mundial, para poder apreciar la realidad en todas sus formas menos notorias. La sutileza de un perfume acariciando una nariz que se embebe en feromonas hasta el chakra raíz y guarda ese detalle en un rincón del límbico, donde todo se oculta y ni el más cruel de los olvidos llega. Ese sabor en la boca de un mate compartido en secreto, aunque el gobierno decretó hace un mes la cuarentena, esa desobediencia tan característica de la gente que no piensa claramente porque está en el detalle. Ese pequeño recorte, ese país que no logra ver a la calabaza de Halloween o al murciélago, respuestas que son populares, las de la gente que no es peculiar. De detalle en detalle se rompen los esquemas y se rifan las seguridades: se sacude la rutina como hace el sauce boxeador  cada vez que comienza la primavera y la nieve deja de caer. Una invitación inesperada, una mirada que incomoda, una risa que se escapa, ojos negros que se iluminan, una grulla que se olvida, son las gracias y el buen día.

Relatos en Cuarentena: Martillazos


“Es bien cierto que los paraísos no son todos iguales, los hay con huríes y sin huríes, aunque, para saber en qué paraíso estamos basta que nos dejen echar una ojeada desde la puerta”.                                                                                                                                   
José Saramago, 



Esa mañana estaba nublada y fría, el silencio se había adueñado de la calle hacía unos cuantos días y combinaba perfectamente con las primeras neblinas de otoño. Lo único que se escuchaba era el sonido de sus propios pasos porque ni viento…no se movía una hoja. La humedad le martillaba las rodillas, consecuencia de haber estado tanto tiempo sentado. Cada paso era un golpe más al son de los No  en su cabeza: tantos años de lo mismo lo habían convencido de que no había vida mejor que esa, ni hogar mejor que el suyo, aunque fantaseaba… y otra vez los no callaban el sonido de las olas que le acariciaban los oídos como un susurro, en una suerte de curiosidad de puerta entreabierta en donde no decide aun si sigue de largo o entra.

Relatos en cuarentena: Malos entendidos


-        Hoy es un buen día; le dijo al oído, Es una sandía, Andá hablar con tu tía ¿Qué le digo a la vecina? Que más vale pájaro en mano que cien volando, Que con cautela ando, No me eches el fardo, Le dio vergüenza, Qué sinvergüenza; Si, se avergüeza, No tiene delicadeza, Estás mal de la cabeza, Que me gustan mucho las cerezas, Me cae mal la cerveza, Que la vida es una caja de sorpresas y  al que madruga Dios lo ayuda, pero no por mucho madrugar, amanece más temprano; espero que me roces los dedos y me des la mano, que nunca sientas desgano, qué linda tarde de verano, me gusta pisar la arena descalzo, que fría está el agua del mar, No mires a la gaviota pasar, Me gusta verla volar, No quiero me hace soñar, Tengo miedo de perder, Entonces no ves el amanecer, Más vale malo conocido, que bueno por conocer.

martes, 21 de abril de 2020

Relatos en cuarentena: Frágiles


Miró a su alrededor y todo estaba igual excepto la biblioteca que ella había  ordenado unos días antes en búsqueda de un libro muy especial. Algo había cambiado y un clima de fractura se vivía en esos días de encierro. Una calma chicha esas que preceden al tsunami cuando el mar retrocede. De eso no se hablaba ´porque negar justamente posee ese poder de hacer que las cosas no existan, algo así como el traje del emperador… pero las cosas no iban a quedarse así. Hay otra persona, dijo y ella sonrió mientras lloraba porque lo estúpido de la pregunta le causó gracia. No, contestó, porque era la verdad, lo que calló fue la ilusión, ese espejismo parecido a la esperanza que nos acompaña en momentos de desazón pensando en tener una oportunidad, una que incluyera la lectura previa de tratarla con cuidado porque no era irrompible, alguien tan consciente de su propia fragilidad que el solo hecho de saberlo le impidiera daño alguno. Luego de la batalla la calma regresó y con ella el silencio. Se encendió un cigarrillo antes de ponerse a trabajar.

Relatos en Cuarentena: Dióxido de carbono

Un día se te cayó una maseta en la cabeza y despertaste a una realidad que ya conocías pero no veías porque caminabas en otra dimensión. L...